Paisaje
Sobre «La trampa del destello». Adriana Carambia en Dacil
El paisaje se pronuncia ante el espectador. Y un paisaje no es solo un área de la superficie terrestre que se contempla desde un lugar determinado; es un reflejo visual proyectado hacia quien mira. Se ordena mediante la interacción de los factores presentes, es cierto, pero termina de configurarse en la retina. Es imposible repetir una foto del mismo paisaje, porque un segundo después el paisaje no es el mismo. Por eso un reflejo visual no es una imagen estática; está en constante cambio. Como un móvil suspendido del tiempo, dialoga con el viento para armar una de sus figuras, justo ante la mirada atenta que congela el momento. Cada reflejo es para un espectador y se manifiesta no solo porque este lo habita sino porque también lo define.
Las obras que Adriana Carambia dispone en la sala de la galería parecen provenir de un paisaje extraño pero, a la vez, afín. Sus piedras destellantes animan la idea del territorio inexplorado: como el centro de la tierra o la superficie lunar -por no citar planetas más alejados que el satélite que gobierna nuestros anhelos-. El desconcierto sobre el origen de lo que vemos, que surge a primera vista, luego se traslada cuando se toma conciencia de la factura humana. Son esculturas, sí, y dispuestas en una galería de arte. Pero la confusión nace estrictamente del material. Parabrisas, ventanas y lunetas polarizadas son el cimiento, y a su vez la piel, de las piezas que conforman este paisaje.
En la era de la virtualidad extrema, es paradójico encontrar obras tan matéricas como las de Adriana Carambia. Profesan el retorno de la escultura más tradicional pero con un lenguaje hiper contemporáneo: la postproducción de los bienes de uso y la reutilización de la materia prima descartada. Los cristales, ahora, se actualizan y fortalecen en el conjunto para exponerse a sí mismos. Son su propio tema. Este reflejo visual, capturado para la sala, apela a la fragilidad no solo de los objetos, sino también, a la propia. Brillantes, oscuras y cautivantes, las esculturas, se erigen en la sala como si fueran monolitos que nos traen un mensaje del futuro o de un pasado ajeno del que se desconoce todo pero se intuye aún más.
El accidente descansa en cada golpe. Los parabrisas rotos atesoran la huella del impacto, la marca de un acontecimiento fugaz que perdura eterna en el material. Y en este caso, el espectador es exponencialmente ajeno a todo lo sucedido. Está huérfano de relato ante la información incompleta que cada marca encripta en la obra. Es la abstracción de la crónica de todos los días. Después del impacto -un piedrazo, un robo, un choque ¿qué más puede romper un parabrisas?- lo que finalmente queda aquí, en la sala, es el secuela de un instante que se ha sublimado por la experiencia estética. ¿Será que así se puede ahondar en la naturaleza de los acontecimientos, las cosas y las personas? La inevitabilidad es el flagelo de la existencia. El tiempo pasa, todo sigue su curso. No hay modo de retroceder. El reflejo proyectado es tan unívoco como efímero. Una vez mas, ineludiblemente, el espectador está contemplando su propio paisaje, que en un instante no será el mismo.
Guido Ignatti, 2014
Landscape
About «The Trap of the Flash» – Adriana Carambia at Dacil
The landscape reveals before the spectator. And a landscape is not only an area of land surface contemplated from a specific place; it is a visual reflection projected to the observer. It is arranged by the interaction of present factors, that is true, but in the end, it is created in the retina. It is impossible to repeat a picture of the same landscape, because the landscape changes in a second. That is why the visual reflection is not a static image; it is constantly changing. Like a mobile suspended in time, it talks to the wind to create one of its figures, right in front of the attentive look that captures the moment. Every reflection is meant for an observer and it manifests itself because it inhabits in them, and defines them.
The pieces that Adriana Carambia displays in the room of the gallery seem to come from a strange landscape and, at the same time, a familiar one. Her sparkling stones inspire the idea of an unexplored territory, like the center of the Earth or the surface of the moon, not to mention planets more distant than the satellite that leads our own wishes. The confusion about the origin of what we see, that arises at first sight, then changes when you become aware of the human creation. These are real sculptures and are displayed in an art gallery. But the confusion emerges strictly from the material. Polarized windshields, windows and rear windows are the foundation and, at the same time, the skin of the pieces that make up this landscape.
In the age of extreme virtuality, it is paradoxical to find material pieces as the ones from Adriana Carambia. They announce the return of more traditional sculptures, but with a hyper-contemporary language: the post-production of fixed assets and the reuse of discarded raw material. Now, window panes are changed and reinforced within the group to expose themselves. They are their own subject. This visual reflection, captured for the room, appeals to the fragility of the objects and to our own fragility. Shiny, dark and fascinating, the sculptures erect in the room as monoliths that bring us a message from the future, or from an unfamiliar past that we don’t know, but we can sense something about it.
The accident lies on each stroke. Broken windshields treasure the trace of the impact, the mark of a brief event that remains forever in the material. And, in this case, the observer is exponentially unconnected to everything that happened. They don´t know the story when they stand before the incomplete information that every mark encrypts on the work. It is the abstraction of a daily chronicle. After an impact, caused by a stone, a robbery or a car crash, what else can break a windshield? What finally lies here in the room is the consequence of a moment that has been sublimated by the esthetic experience. Is it possible that in this way we can delve into the nature of events, things and people? Inevitability is the scourge of existence. Time passes by, everything runs its course. There is no way to go back. The projected reflection is unambiguous and momentary. Once again, unavoidably, observers contemplate a landscape of their own, that in a brief moment won’t be the same.
Guido Ignatti, 2014