La belleza de las cicatrices
Sobre “Fragmentario” y “La trampa del destello”
Una piel que es tanto superficie ornamental como territorio a nombrar, espacio que se coloniza y se lotea. Las divisiones pueden ser inciertas, olvidadizas; islas que han extraviado su relación con el océano, trazados que subsisten apenas, velados por capas sucesivas de acrílico metalizado. El océano es inmensidad oro, cobre moneda, azul iridiscente, ocre cartografía. A veces las islas son apenas retazos, rojos coagulados en sus ansias de sensualidad que vibran estridentes en el páramo. Otras, los contornos del fragmento se distinguen apenas, como si una luz tenue los señalara un segundo antes de su desaparición. Las aristas se estiran queriendo alcanzar otras costas: extrañar el continente es una manera de avanzar.
Los papeles que Adriana Carambia agrupa bajo el título “Fragmentarios” tienen algo de vidrios quebrados cuyas fracciones han sido separadas y mezcladas, reliquias palaciegas que ya no saben encajar en un presente donde la belleza ha perdido la sofisticación artesanal para mostrarse siliconada y permanente. Se trata de gestos, la manera en que el gesto se silencia o todavía murmura, resiste ser aquietado. En estos grandes papeles el gesto pictórico aparece como un cosquilleo, una silenciosa rebelión que pugna por expandirse.
Resulta relevante constatar afinidades y divergencias entre el gesto que mueve las pinturas fragmentarias y el que anima las esculturas de la serie “La trampa del destello”. El proceso de estas piedras de vidrio es arduo y peligroso. Carambia se ocupa primero de conseguir el material: se trata de un vidrio polarizado que corresponde a las ventanillas de autos que han sufrido algún accidente (“vidrios post-trauma” los llama la artista). Este material de descarte es interceptado para ser convertido en piedra. La piedra es un reservorio geológico de secretos y de historia y en su forma autosuficiente es un misterio. El material debe ser manipulado con cuidado y esmero, sus brillos resaltados y pulidos, el color profundizado con azul de Prusia. El vidrio astillado es aquí también una piel que calcará el cuerpo previamente tallado. Las fracturas del material no son disimuladas sino por el contrario: la cicatriz se enaltece, son las marcas de las batallas que ha librado el objeto en el arte de sobrevivir.
Juan Eduardo Cirlot llamó a la piedra “la música petrificada de la creación”. “La piedra es un símbolo del ser, de la cohesión y la conformidad consigo mismo. Su dureza y duración impresionaron a los hombres desde siempre, quienes vieron en la piedra lo contrario de lo biológico, sometido a las leyes del cambio, la decrepitud y la muerte, pero también lo contrario al polvo, la arena y las piedrecillas, aspectos de la disgregación. La piedra entera simbolizó la unidad y la fuerza; la piedra rota en muchos fragmentos, el desmembramiento, la disgregación psíquica, la enfermedad, la muerte y la derrota.”, explica Cirlot.
Mientras el gesto en los papeles “Fragmentarios” señala la descomposición de la forma cerrada, la desarticulación de los planos, evoca sensaciones de flotación, superposiciones livianas, desfasajes y aislamientos, en las piedras el gesto es opuesto: se trata aquí de reestructurar un plano astillado, de consolidar lo roto y ofrecer un nuevo destino a las secuelas de un siniestro al cerrarlo en una forma contenedora. La resiliencia del material es energía de deformación que puede ser reutilizada. En esta nueva apariencia, las cicatrices refulgen, bellas y memoriosas.
Verónica Gómez
Febrero de 2019
The beauty of scars
On “Fragmentary” and “The Trap of the Flash”
A skin which is both an ornamental surface and a territory as yet unnamed, a space which is colonized and divided. The divisions can be uncertain, forgetful; islands which have lost their relationship with the ocean, lines which only just survive, veiled by successive layers of metallic acrylic. The ocean is a gold immensity, copper coined, iridescent blue, cartography ochre. At times the islands are just fragments, coagulated reds in their yearning sensuality, vibrating stridently on the wasteland. Others, the shapes of the fragment are just visible as if a soft light was showing them a second before they disappear. The corners stretch, wanting to reach other coasts: missing the continent is a way of advancing.
The papers which Adriana Carambia groups under the title “Fragmentary” has some shards of glass whose splinters have been separated and mixed, palatial relics that no longer know how to fit into a present where beauty has lost its handcrafted sophistication to a silicone permanent one. It is about gestures, the way a gesture is silenced or still murmurs, defiant to being quietened. In these large papers the pictorial gesture appears as a tingle, a silent rebellion which strives to spread.
It would be relevant to confirm affinities and divergences between the gesture that moves the fragmentary paintings and the one that animates the sculptures from the series, “The Trap of the Flash”. The process of these glass stones is arduous and dangerous. Carambia first attends to obtaining the material: polarized glass from car windows following accidents (“post-trauma windows”, the artist calls them). This discarded material is intercepted so as to turn into stone. Stone is a geological reservoir of secrets and history and in its self-sufficient form is a mystery. The material must be handled painstakingly and with care, its shine highlighted and polished, the colour deepened with Prussian blue. The shard of glass here is also a skin which will trace the previously carved body. The fractures of the material are not concealed, on the contrary: the scar is exalted; these are the marks of battle which have freed the object in the art of survival.
Juan Eduardo Cirlot called stone “the petrified music of creation”. “Stone is a symbol of being, of cohesion and conformity with oneself. Its hardness and longevity have always impressed men, those who saw the contrary to the biological in stone, submissive to the laws of change, decline and death, but also the contrary to dust, sand and gravel, aspects of disintegration. A whole stone symbolized unity and strength; a stone broken in fragments, dismemberment, mental disintegration, disease, death and defeat”, explains Cirlot.
While the expression in the “Fragmentary” papers shows the decomposition of the closed form, the disarticulation of the flat surfaces evokes sensations of floating, light overlapping, misalignment and isolation, in the stones the expression is the opposite: the restructuring of a splintered plane, of the consolidation of the broken, offering a new destiny to the aftermath of a catastrophe by closing it in a contained manner. The resilience of the material is the energy of deformation to be reused. In this new appearance, the scars glow, beautiful and memorable.
Verónica Gómez
February 2019